divendres, 3 de gener del 2014

El límite cerebral de facebook por rferrar

Por José Ramón Alonso
Font: neurociencia para psicólogos
Valoro la amistad por encima de casi cualquier cosa y considero que los amigos son un tesoro escaso, un regalo del cielo, unas de las personas que iluminan nuestra vida y nos hacen disfrutar más las alegrías y que las tristezas sean más llevaderas. Cuando mis estudiantes me dicen que tienen 700, 900, más de mil amigos en Facebook me echo a temblar. Me hacen pensar en otro amigo, ese de mi edad, que dice en broma, que él tiene dos amigos y de uno no está muy seguro. Pero como tantas cosas de las relaciones humanas, la Neurociencia ha estudiado el número de contactos, antes y después de las redes sociales cibernéticas, porque redes sociales del tipo clásico, en torno al contacto directo, hemos tenido siempre.
En 1992, un primatólogo  británico,Robin I,M Dunbar  empezó a estudiar los grupos sociales de distintos grupos de monos y simios, así como distintos grupos humanos. Rápidamente, puso de manifiesto algo llamativo: los primates tendían a mantener un contacto social con un número reducido de
individuos dentro del grupo en que se movían. Elegimos, escogemos, no todos los componentes de la tribu, del grupo, nos parecen igual, nos gusta relacionarnos y establecer vínculos con sólo una parte de ellos.
Dunbar estudió 28 géneros de primates no humanos, su capacidad cerebral y sus relaciones entre individuos y usó esos datos para extrapolar el tamaño del grupo social en nuestra especie. En su estudio comparado, realizó un descubrimiento sorprendente: los primates con cerebros más grandes tienden a tener círculos de amigos más amplios. Específicamente se fijó en la neocorteza, la superficie que recubre los hemisferios cerebrales y que es la parte más evolucionada del encéfalo.
La explicación propuesta por Dunbar es que esa relación directa se debía a la capacidad cerebral, un volumen determinado de sustancia gris de la neocorteza daba de sí para el seguimiento de un número máximo de individuos. Identificar, atender, comunicarte con un individuo “elegido” es algo costoso en términos de tiempo y de capacidad de procesamiento neuronal. Entonces hizo lo que cualquiera de nosotros haría: tenía esa gráfica con tamaño de cerebro en el eje de ordenadas y número de “amigos” en el eje de abscisas, y puso en su sitio el tamaño cerebral de la especie humana. Esta extrapolación le debería dar cuántos amigos es capaz de gestionar un cerebro humano. La respuesta fue entre 100 y 200, con una media en torno a 148, redondeado a 150, algo que ahora se llama el número de Dunbar .
El número de Dunbar hace referencia a personas que uno conoce y con las que tiene un contacto social activo. No incluye las personas que conocemos personalmente pero con las cuales nuestra relación interpersonal ha finalizado (primos lejanos, vecinos de viviendas del pasado, miembros de antiguos equipos deportivos,…) y cuyo número es mucho mayor y depende probablemente de la capacidad de nuestro sistema de memoria a largo plazo. Se sabe que somos capaces de identificar como “conocidos”, personas que hemos visto con anterioridad aunque quizá no recordemos sus nombres, a muchos miles de individuos. En la periferia del número de Dunbar se encuentran personas con las que la relación no está activa pero desearíamos retomarla, tales como compañeros del colegio que estaríamos felices de volver a comunicarnos si retomamos el contacto.
De hecho otros autores, Cristopher McCarthy, Peter Killworth y Rusell Bernard utilizaron otras técnicas y llegaron a unos resultados superiores a los de Dunbar, indicando que el tamaño del grupo social era casi del doble, 290, con una mediana en torno a 231, pero el número que ha cuajado ha sido el de Dunbar.
Otros autores abordaron en el sentido contrario, vamos a contar realmente con cuántas personas mantiene contacto regular un individuo determinado para definir así cuál es el tamaño del grupo social. Curiosamente, estos estudios confirmaron con bastante exactitud el número de Dunbar, aunque como todos imaginamos, la desviación era muy grande: hay personas mucho más sociables que la media y otras, por el contrario, que se mueven mucho más a gusto en un universo social más limitado, pero entre 100 y 200 nos movemos la inmensa mayoría. Dunbar asumió que el tamaño de nuestra neocorteza cerebral no ha cambiado desde el Pleistoceno, hace unos 250.000 años y buscó toda la información etnológica y antropológica disponible sobre grupos actuales de recolectores-cazadores, lo más parecido a esas comunidades prehistóricas de las que tenemos muy pocos datos fiables y estableció los tamaños de los grupos sociales.
Junto al tema de la capacidad cerebral, se plantearon otras hipótesis, alguna de tipo neurobiológico, como nuestra capacidad de atención a temas o personas diferentes y otras de tipo físico, como la limitación en el tiempo disponible. El propio Dunbar vio que los primates estudiados dedicaban el 42% de su tiempo activo a actividades de aseo social: rascarse, acicalarse, despiojarse, tocarse unos a otros. De hecho, llega a proponer que el lenguaje surgiría como una alternativa “barata” para este contacto, una forma sencilla, rápida y económica de mantener la cohesión social.
Pero entonces llegaron las nuevas tecnologías. Los cientos de amigos en Facebook, los miles de seguidores en Tuenti o Twitter, el mantener un contacto frecuente, de tú a tú, con bastantes cientos de personas cada día, varias veces al día, gracias a una nueva generación de herramientas que evitan un esfuerzo prolongado en tiempo. Al día de hoy, Facebook tiene 678 millones de usuarios, un 10% aproximadamente de la población mundial. Si fuera un país, sería el tercero por número de habitantes, tras China y la India.
Un miedo repetido es que los usuarios de estas redes sociales, absorbidos por la facilidad de las nuevas tecnologías, abandonen a los amigos “de verdad”, los del contacto directo. Parece que no es así. Y que las personas que participan en estas redes on-line mejoran también sus vidas off-line. Según indica Jacob Aron en New Scientist,  los usuarios de Facebook, frente al resto de la población, tienen más amigos íntimos, sienten que tienen más apoyo social y confían más en la gente.
La nueva forma de relacionarnos podría haber cambiado las cosas. Antes, la inmensa mayoría de las cartas tenían un único destinatario y su redacción llevaba  un buen rato de tiempo. Ahora, no es raro para las personas que están en Twitter, seguir y ser seguidos por miles de personas y recibir de cada uno, varios mensajes al día, fotografías, actualizaciones de estado o cotilleos. Parece por tanto, que por primera vez en la Historia de la Humanidad, el número de Dunbar se debe haber superado.
“No” ha dicho Bruno Gonçalves y su grupo de las Universidades de Indiana, Cagliari y Turín. El equipo de investigación tuvo acceso a la “manguera” de información de Twitter. Esta empresa, la más exitosa entre las dedicadas al microblog, les permitió estudiar las conexiones entre 1,7 millones de usuarios de Twitter durante cuatro meses. Siguiendo a este grupo y sus interrelaciones se vió que se habían enviado 380 millones de tweets a lo largo de cuatro años. Pero era evidente que esas personas no son “amigos”. Yo puedo seguir los tweets de Naomi Campbell pero eso no es suficiente para hacerme parte de su círculo social. Tampoco es suficiente si la relación es biunívoca, es decir, si Naomi sigue también mis tweets (cosa que, de momento, no hace).
El paso importante, para Gonçalves fue identificar algo parecido a una conversación, que haya un intercambio de al menos tres tweets conectados entre sí, respondiéndose el uno al otro. Eso les permitió aislar un total de 25 millones de “conversaciones” o árboles de mensajes. Estos árboles de “tweets” eran variados en su tamaño y composición. Algunos eran tres mensajes entre dos personas, otros se extendían por miles de entradas entre cientos de usuarios. Y también, es necesario que haya una cierta regularidad, un contacto ocasional no significa nada, no implica un vínculo social. Con estos principios básicos, Gonçalves y sus colegas reconstruyeron la red social de esos 1,7 millones de usuarios y estudiaron cómo evolucionaba con el tiempo.
Al principio de empezar en la red social, uno tiene pocos contactos y la información recibida y las conversaciones en que participa son limitadas. El número de amigos se incrementa con mayor o menor rapidez hasta que la gente se empieza a sentir agobiada, abrumada por la cantidad de mensajes imposibles de responder, casi de leer. A partir de esa etapa de saturación, se inicia entonces una selección, una época de filtro y poda: las conversaciones con los contactos menos importantes empiezan a hacerse menos frecuentes y los usuarios de la red se concentran en aquellas personas con las que los vínculos son más fuertes, con el grupo con el que realmente hay un interés. ¿Y cuál es ese número de equilibrio? Sorprendentemente, es entre 100 y 200 personas, tal como predijo Dunbar.
El número de Dunbar ha sido estudiado en los ámbitos más diversos: psicología evolutiva, estadística, administración de empresas, ciencia política y sistemas informáticos. El ejército norteamericano lo ha utilizado para ver qué tamaño debe tener un grupo operativo para mantener la cohesión y la moral alta. Las autoridades de la Hacienda sueca decidieron reorganizar sus funciones y eligieron 150 personas como el número máximo de empleados que podría trabajar en la misma oficina.
Según Gonçalves “Este resultado sugiere que aunque las modernas redes sociales nos ayuden a tener acceso a todas las personas con las que nos encontramos e interactuamos, son incapaces de superar las limitaciones físicas y biológicas que limitan nuestras relaciones sociales estables”. Por decirlo de alguna manera, las nuevas redes sociales nos permiten incrementar enormemente el número de individuos con los que podemos conectar pero no cambian nuestra sociabilidad, nuestra capacidad para tener un círculo de personas escogidas. Por más que lo intentemos, no podemos mantener unos vínculos fuertes con más de unos 150-200 amigos. Y si Dunbar estaba en lo cierto, no podremos hacerlo mientras no incrementemos nuestro volumen cerebral, algo que no tiene muchas posibilidades de suceder en el futuro inmediato.

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