La situación económica exige más que nunca a las empresas contar con directivos que sepan cuál es la línea de actuación que debe seguir la compañía, y que lideren a sus equipos con directrices concretas y claras. La toma de decisiones es por tanto fundamental, pero ¿qué sucede si el jefe no lo hace?
Pilar Jericó, socia directora de Be-Up, recuerda que “en una situación como la actual, la velocidad es una de las claves de la dirección. Si no se toman decisiones a tiempo, el problema puede ser la pérdida de negocio porque la competencia se haya adelantado”.
David Comí, socio director de Incrementis, puntualiza que “no tomar decisiones es entrar en un terreno de no actuación, pérdida de control de la situación y lo más grave: indefinición en las acciones a tomar en la empresa y en los objetivos de los colaboradores, llevando a la confusión, variación de criterios y postergación de decisiones”.
Las consecuencias negativas de esta manera de actuar son evidentes y, además de afectar a los resultados empresariales, provocan daños importantes en el grupo de colaboradores que coordina. El jefe siempre debe ser un modelo a seguir y un referente, y cuando su comportamiento evidencia falta de criterio y determinación, la consecuencia inmediata es la desmotivación de los profesionales que trabajan con él. Asimismo, un comportamiento reiterado de este tipo en la cúpula directiva puede ocasionar que los profesionales decidan abandonar la empresa con la consecuente pérdida de talento.
Para José Manuel Casado, socio fundador de 2C Consulting, esta situación no suele ser habitual, pero si se produce, hay que buscar las causas y averiguar si este comportamiento tiene su origen en una falta de competencia o de voluntad. Este último caso mucho más grave.
Este experto en gestión de personas también recuerda que “a menudo se cumple el Principio de Peter, formulado por P.J. Laurence, que sostiene que en una jerarquía todo profesional tiende a ascender hasta alcanzar su nivel de incompetencia”. En estos casos, lo que ocurre es que el directivo duda demasiado y comienza a sembrar la inseguridad en su entorno.
Jericó confirma que “normalmente, cuando un jefe no toma decisiones suele ser por miedo o inseguridad. Si el colaborador lo evidencia, el resultado no siempre es previsible”.
Cómo actuar
Ante una situación como ésta los expertos coinciden en que los colaboradores deben actuar y hablar con el interesado. Para Casado, es esencial que el profesional conozca a su jefe y se atreva a decirle las cosas cara a cara, siempre desde el respeto, la madurez y con una orientación constructiva. Y, por supuesto, que el directivo sepa admitir y asimilar el feedback de su equipo.
Comí considera que la responsabilidad de este comportamiento no recae sólo en el profesional que está a cargo de un grupo: “Para que un jefe pueda o quiera tomar decisiones, el equipo debe presentar una actitud proactiva en presentar propuestas, alternativas o soluciones viables para que el superior pueda escoger, valorar y finalmente tomar decisiones”. El socio de Incrementis hace especial hincapié en que “el empleado no debe esperar a que el jefe quizás, tal vez o en tal momento, decida o no. Debe ayudarle a que tome decisiones, presentándole propuestas y también proponer plazos de ejecución estableciéndole fechas de decisión”.
Respecto al papel de los colaboradores, Jericó señala que “en organizaciones con estructuras planas es recomendable que el empleado tome decisiones, aunque si la empresa resulta muy jerárquica, puede no ser adecuado. Por ello, siempre es bueno utilizar la técnica de la influencia, la mano izquierda, conducir la conversación hacia la decisión a la que hubiera llegado él o ella”.
“La opción de elevar la queja a un eslabón superior solamente debe ser contemplada cuando al jefe se le han ofrecido las propuestas necesarias para que tome la decisión y no lo hace”, recomienda Comí.
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