“Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, nos cambiaron todas las preguntas” (Mario Benedetti).
Font: Catenaria |
Hace unas semanas, llevé a mi hijo pequeño a su examen de Tae Kwondo para subir de cinturón. De camino al lugar, me llamó la atención su tranquilidad, ningún asomo de angustia o ansiedad, tan solo unas inmensas ganas por obtener su nuevo cinturón y la completa seguridad de que lo iba a conseguir. Pero lo más sorprendente estaba aún por llegar. El profesor a cargo de realizar el examen (cinturón negro sexto dan) comenzó diciendo a los 30 alumnos de diferentes edades allí presentes, algo insólito para mí y que marcaría el devenir de toda la actividad:
“Chicos, el examen es para disfrutar así que relájense y ante todo, pásenlo bien”. ¿Alguna vez escucharon algo similar en el colegio o en la universidad? ¿No se supone que un examen es un momento serio, formal, trascendente, en cierta forma un sufrimiento inevitable? El objetivo del examen consistía en que los alumnos demostrasen lo que sabían y para ello el profesor les pedía que realizasen determinados movimientos en la jerga propia del Tae Kwondo. Los alumnos ejecutaban el ejercicio solicitado y para mi sorpresa, de nuevo el profesor actuaba de forma inédita: Sin un mal gesto, una mala cara o una mala palabra de desaprobación, el profesor corregía a los alumnos que se equivocaban y les pedía repetir el movimiento hasta que lo hacían bien. ¿Desde cuándo un profesor aprovechaba
Cada vez que pregunto a alguien sobre lo que recuerda con mayor desagrado de su etapa estudiantil, la gran mayoría coincide en lo mismo: los exámenes. Si bien es cierto que uno se podía encontrar con múltiples circunstancias antipáticas como asignaturas áridas, clases tediosas, profesores anodinos o compañeros desagradables, la única situación que provocaba verdadero miedo de forma unánime eran los exámenes. Lo curioso es que casi ningún niño se sentía mal consigo mismo por no saberse los contenidos y suspender un examen sino que el pánico estaba ligado a las consecuencias de dicho fracaso ¿qué me van a decir en mi casa? ¿cómo me van a castigar mis padres? Y es que la pregunta que siempre se hace a un niño para evaluar cómo le va en el colegio no es qué aprendió ni si disfrutó de la experiencia sino qué nota sacó. Y si sus notas son buenas, entonces se asume que todo va bien. Hoy en día, todo el sistema educativo está condicionado por los exámenes. Enseñamos lo que es fácil de medir en un examen y evaluamos el aprendizaje mediante números lo que nos ha llevado a padecer una tiranía demencial donde absolutamente todo el sistema gira alrededor de las notas.
¿Estoy a favor de eliminar los exámenes? No tengo duda alguna de que es imprescindible evaluar ya que necesitamos comprobar si alguien ha aprendido lo que queremos que aprenda. Todo el esfuerzo, tiempo y dinero que invertimos en la ardua tarea de educar no puede quedar sin verificar. En la columna Obsesionados por medir, no se pone en cuestión la necesidad de medir sino la urgencia de decidir, en primer lugar, qué es importante medir y a continuación, cuál es la mejor manera para hacerlo.
La cuestión entonces es otra ¿Cómo evaluar? ¿Tiene sentido evaluar de la forma que lo hacemos desde hace siglos? Estas palabras de Mark Twain son muy sabias. “Siempre que te descubras en el lado de la mayoría, es hora de detenerse a reflexionar”. La única forma sensata de evaluar si alguien aprendió algo es pedirle que lo demuestre, mediante la experiencia. No basta con preguntarle y que me diga cómo se hace. Perfectamente alguien puede saberse de memoria la receta de la paella y sin embargo, ser incapaz de demostrarlo cocinando una paella. O conocer al dedillo el código de circulación y ser incapaz de conducir un automóvil. Por esa razón, un examen escrito u oral y, menos aún un test de respuesta múltiple, no solo son claramente insuficientes sino que si lo pensamos bien, son una forma absurda de evaluar porque estamos dejando fuera lo más importante: comprobar si el alumno es capaz de usar los conocimientos en las situaciones que encontrará en la vida. Y si no podemos justificar situaciones en las que usará dichos conocimientos, entonces hay que preguntarse si merece la pena enseñarle lo que queremos que aprenda. Se puede argumentar que hacer que alguien demuestre lo que sabe es mucho más complejo, engorroso, caro y lento que hacer un examen tradicional pero ¿se imaginan que para obtener el carnet de conducir solo se exigiese el examen teórico? Ningún país del mundo se atreve a cometer tal atrocidad porque es consciente de las funestas consecuencias que acarrearía tener millones de conductores circulando sin los conocimientos necesarios para ello. De hecho, numerosos países están modificando el examen de conducir ampliando el tiempo dedicado a los ejercicios prácticos. Por fortuna, incluso entre las máximas autoridades universitarias surgen voces que reclaman por evaluaciones de carácter práctico. La sociedad se tiene que asegurar de que aquellos a quienes habilita para desempeñar distintos roles y actividades, están debidamente preparados para hacerlo: Un médico tiene que ser capaz de sanar, un arquitecto debe poder diseñar, un piloto de avión pilotar, etc. En su momento, yo recibí un título que me habilita como abogado pero nadie jamás verificó si yo era capaz de asesorar a un cliente a lo largo de un procedimiento judicial sino que tan solo tuve que aprobar una cadena interminable de exámenes escritos que incluía materias tan variopintas como derecho canónico, derecho natural o derecho romano. S in haber tenido nunca ocasión alguna de practicar, el sistema educativo legalmente me autorizó a ejercer la abogacía, una decisión bastante irresponsable cuando no derechamente peligrosa. Por suerte para la sociedad, nunca me dediqué al Derecho.
La cuestión entonces es otra ¿Cómo evaluar? ¿Tiene sentido evaluar de la forma que lo hacemos desde hace siglos? Estas palabras de Mark Twain son muy sabias. “Siempre que te descubras en el lado de la mayoría, es hora de detenerse a reflexionar”. La única forma sensata de evaluar si alguien aprendió algo es pedirle que lo demuestre, mediante la experiencia. No basta con preguntarle y que me diga cómo se hace. Perfectamente alguien puede saberse de memoria la receta de la paella y sin embargo, ser incapaz de demostrarlo cocinando una paella. O conocer al dedillo el código de circulación y ser incapaz de conducir un automóvil. Por esa razón, un examen escrito u oral y, menos aún un test de respuesta múltiple, no solo son claramente insuficientes sino que si lo pensamos bien, son una forma absurda de evaluar porque estamos dejando fuera lo más importante: comprobar si el alumno es capaz de usar los conocimientos en las situaciones que encontrará en la vida. Y si no podemos justificar situaciones en las que usará dichos conocimientos, entonces hay que preguntarse si merece la pena enseñarle lo que queremos que aprenda. Se puede argumentar que hacer que alguien demuestre lo que sabe es mucho más complejo, engorroso, caro y lento que hacer un examen tradicional pero ¿se imaginan que para obtener el carnet de conducir solo se exigiese el examen teórico? Ningún país del mundo se atreve a cometer tal atrocidad porque es consciente de las funestas consecuencias que acarrearía tener millones de conductores circulando sin los conocimientos necesarios para ello. De hecho, numerosos países están modificando el examen de conducir ampliando el tiempo dedicado a los ejercicios prácticos. Por fortuna, incluso entre las máximas autoridades universitarias surgen voces que reclaman por evaluaciones de carácter práctico. La sociedad se tiene que asegurar de que aquellos a quienes habilita para desempeñar distintos roles y actividades, están debidamente preparados para hacerlo: Un médico tiene que ser capaz de sanar, un arquitecto debe poder diseñar, un piloto de avión pilotar, etc. En su momento, yo recibí un título que me habilita como abogado pero nadie jamás verificó si yo era capaz de asesorar a un cliente a lo largo de un procedimiento judicial sino que tan solo tuve que aprobar una cadena interminable de exámenes escritos que incluía materias tan variopintas como derecho canónico, derecho natural o derecho romano. S in haber tenido nunca ocasión alguna de practicar, el sistema educativo legalmente me autorizó a ejercer la abogacía, una decisión bastante irresponsable cuando no derechamente peligrosa. Por suerte para la sociedad, nunca me dediqué al Derecho.
¿Cuáles son las imperfecciones que tiene el actual sistema de exámenes?
- Un número es un indicador muy pobre y muy incompleto para calificar el conocimiento de una persona. ¿Cómo evaluamos a un profesional en el mundo laboral? A nadie le importa las notas que obtuvo en tu tercer año de universidad ni a nadie le hacen un examen a fin de mes y le pagan el sueldo en función de las respuestas que acierta. Es casi imposible proclamar de forma incontestable y mediante una evaluación numérica, quién es el mejor profesional en el ámbito en que te desempeñas. Son muchas las variables que influyen: hay quien logra resultados más rápido, quien lo hace más barato, más flexible, más creativo, más estético, con mayor conciencia con el medio ambiente…. Una nota no dice más de una persona que su número de carnet de identidad, su peso o su talla de zapatos.
- Es perfectamente posible aprobar un examen por azar o pura casualidad.
- Tú podrías estudiar el 5% de las materias sobre las que te van a examinar y que las preguntas que te hagan en el examen sean sobre ese 5% que tuviste la fortuna de estudiar. El resultado es que, a los ojos de la institución que te evalúa, tú sabes (incluso sabes mucho si consigues una buena nota) cuando la realidad es bien diferente. Sin embargo, cuando tienes que demostrar que sabes, hacer algo, la suerte apenas tiene influencia alguna. Si tienes que hacer una paella, no te sirve estudiar ningún 5%, de hecho estudiar no tiene mucho sentido…
- Además, puedes estudiar asignaturas de memoria sin entender el significado de lo que estudias, repetirlo textualmente en el examen, obtener una buena nota y a pesar de todo, no tener mucha idea de lo que estudiaste.
- Por último, en un examen tradicional, puedes copiar a otros, puedes utilizar todo tipo de artimañas y mecanismos fraudulentos para aprobar pero cuando tienes que hacer, nada de eso te resulta de utilidad. Si tienes que hacer una paella, no importa lo mucho que copies o que te ayuden, si no sabes hacerla, de nada te servirá.
- Un examen únicamente verifica una mínima parte de lo supuestamente deben aprender los alumnos ya que las preguntas se formulan siempre sobre una pequeña muestra del total de los contenidos que los alumnos deben estudiar (se pregunta sobre ese 5% o 10%)
- Aunque cualquier evaluación incorpora un componente de subjetividad que es imposible eliminar, un examen escrito u oral donde la evaluación es realizada por el profesor sin que el alumno u otros terceros estén presentes (el profesor corrige los exámenes en su despacho) y sin constancias objetivas de lo que el alumno es capaz de hacer, deja abierta la puerta a cualquier tipo de discrecionalidad. La forma de calcular las notas (sumando notas parciales, obteniendo la media, etc.) no tiene ningún correlato con el conocimiento real de un alumno
- Los exámenes son ejercicios muy reduccionistas y poco abiertos a la innovación y al pensamiento crítico. Un examen coloca una pistola en el pecho del alumno y le dice: o respondes lo que se espera o te va a ir muy mal. No tienes ningún margen de maniobra porque existen respuestas correctas y no es tarea tuya discutirlas sino repetirlas literalmente. No importa si lo que te preguntan es relevante para ti, si estás de acuerdo, si tienes otro punto de vista personal que se sostiene sobre argumentos justificados u originales. Si quieres que te vaya bien, no tienes otra alternativa que repetir como un loro lo que examinador espera escuchar o leer. Ante esta disyuntiva, el alumno disimula, hace como que le importa y simula que aprende. Los alumnos que sacan buenas notas no son los más inteligentes sino que son los que más fielmente siguen las reglas
- Un examen no entrega feedback alguno al alumno que le permita aprender: la mayor parte de las veces, una nota no te indica en qué te equivocaste, por qué te equivocaste ni cómo hacerlo bien. Solamente se enfoca en lo que ya hiciste mal en lugar de ayudarte a mejorar
- Los exámenes se basan en la existencia de certezas irrefutables. Cada vez que establezco que hay respuestas correctas, en realidad lo que hago es indoctrinar y por tanto, te estoy negando la posibilidad de experimentar por ti mismo, comprobar las consecuencias y generar tu propio criterio (corregir un examen es mucho más simple que permitir que cada alumno experimente y saque sus conclusiones y no repita las de otros). El alumno carece de posibilidades de argumentar, de rechazar lo que le proponen o escoger otro camino
- Obtener buenos resultados en los exámenes a lo largo de tu trayectoria educativa, no es garantía ni un buen predictor de éxito futuro. Son innumerables los casos de profesionales reconocidos que o bien, derechamente fueron pésimos estudiantes o simplemente abandonaron su educación universitaria sin que ello tuviese el más mínimo impacto en su vida. La conclusión es obvia: dedicamos grandes esfuerzos a enseñar cosas que no merecen la pena, de una forma que no tiene apenas impacto y dejamos de enseñar lo verdaderamente importante porque no sabemos cómo evaluarlo. Estecaso alcanzó gran notoriedad recientemente: “Hola me llamo Benja Serra, tengo 2 carreras y un master y limpio WC”
- Las notas y sobre todo los rankings, fomentan la competencia y amenazan la colaboración. Cuando el objetivo es sacar la mejor nota, entonces aprender deja de tener importancia, lo que se busca es lograr el fin sin que importe demasiado el medio utilizado. Y por supuesto, en un ranking, el resto de mis compañeros pasan a ser competidores por obtener un premio que yo deseo para mí, lo que automáticamente conduce a que la posibilidad de colaborar, de ayudarse, de transferir conocimiento y trabajar en equipo se reduzcan al mínimo.
- Por si fuera poco, los exámenes y las notas se prestan a todo tipo de malversaciones como por ejemplo de venta de notas, manipulaciones, etc.
La forma en que evaluamos está matando la educación. En la vida, las situaciones de mayor aprendizaje no necesitan de un examen. Aprender no consiste en saber sino en aplicar lo que sabes y verificarlo. Aprender y por ende enseñar, implica emocionar, solo se aprende lo que te entusiasma, se aprende mucho mejor aquello que te maravilla, que te deslumbra. Esto significa que ni el colegio ni la universidad tienen que enseñarte nada sino entregarte alternativas para que puedas descubrir lo que te interesa y desarrollar tu propio juicio. Cómo acertadamente afirma esta joven alumna, parece que pensar es un estorbo.
No hay mejor manera de conocer tus capacidades que poniéndolas en práctica en situaciones que aprender incluye demostrar la aplicación de lo aprendido, un examen no puede consistir en narrar o escribir sobre una situación sino en llevarla a cabo. Si hay algo imperdonable que se puede achacar al sistema educativo es su responsabilidad en instalar el miedo: Los niños tienen terror a suspender los exámenes (las clases solo les aburren) porque todo lo que les importa a sus padres son las notas. Por eso, era lógico que mi hijo fuese tan relajado a su examen de Tae Kwondo. Cuando has practicado algo repetidamente y lo dominas, no sientes temor alguno.
El 12 de diciembre participaremos en el congreso Internacional “Una mirada al futuro. FP Pública: Alternancia, Emprendizaje y Metodologías Activas” organizado por Ikaslan y Tknika a celebrar en Vitoria (España).
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